La huella del abandono

Todas las personas tenemos una herida de abandono impresa en nuestro organismo. 

Bien sea porque mi mamá no estuvo presente en mi infancia, o papá murió cuando yo era muy pequeño, o quizás mis padres tuvieron que irse de viaje y me dejaron con mis abuelos, o crecí separada de mis hermanos, etc.

Esta es una huella que si no se sana, late durante toda la existencia como si hubiera sucedido ayer. Y cuando aparece alguna amenaza de posible dolor, la cicatriz cobra vida y vuelve la sensación de malestar.

El abandono de nuestros padres en la infancia puede  generar una herida que no se ve, pero que uno siente latir cada día. 

Porque es una raíz arrancada, un vínculo roto por donde antes se nutrían nuestras emociones y nuestra seguridad.

Ahora bien, hay un aspecto que debemos tener en cuenta: el abandono no solo se produce por una ausencia física. 

El abandono más común es aquel donde deja de existir una autenticidad emocional, ahí donde aparece el desinterés, la apatía y la frialdad. 

La percepción de este vacío no tiene edad, es algo que todo niño va a percibir y que por supuesto, llega a devastar a cualquier adulto.

Para sanar  hay que trabajar en ello, al abandono hay que mirarlo, y reconocerlo, asentir a la historia, al pasado, a lo que fue como fue, sin pretender cambiar nada. Solo así, mi encuentro con el mundo podrá ser diferente.

Ignacio Lange

Lange CoachComentario